Recuperándome de Fear and Desire (1953), la rescatada y tremendamente bien restaurada ópera prima de Kubrick, recientemente estrenada en Filmin. Rescatada porque Kubrick, según muy referida anécdota, intentó eliminar todas las copias por pura vergüenza. A la vista del resultado, es comprensible. Leerán por ahí que se adivinan aquí los primeros pasos del futuro maestro, que se intuye el magma de su genio. No es así: como mucho se deja entrever, en contadas escenas, al Kubrick que fue fotógrafo antes que cineasta. Pero en general el film parece rodado por un Ed Wood que ni siquiera se hubiese tomado a sí mismo en serio: la historia, cine bélico de elevado discurso moral, es pretenciosa y ridícula. El montaje parece hecho por un mono borracho. El nivel actoral es esperpéntico. Los diálogos, eso sí, dejan frases para el recuerdo: escuchamos a un soldado decir: «No tenía tanto miedo desde que vi morir a mi abuela». No hay risas enlatadas después, no. El hombre lo suelta en serio.
Película interminable, además (y dura 62 minutos). La siguiente obra de su filmografía (El beso del asesino) tampoco es gran cosa, pero parece Andrei Rublev al lado de esto. La evolución está ahí, de hecho: que el hombre que perpetró Fear and desire en 1953 pudiera entregar en la misma década Atraco perfecto (1956) y Senderos de gloria (1957) y arrancar los sesenta con todo un Espartaco es uno de los grandes misterios de nuestro tiempo. Pero dice también mucho del sistema de estudios del Hollywood clásico, donde el talento se descubría a golpes de martillo.