Cuentos de la Era del Rap

Imagen: Warner Bros

El gran Gatsby (The Great Gatsby, 2013), de Baz Luhrmann

Arranca este Gran Gatsby de Baz Luhrmann y a los cinco minutos uno ya se está preguntando cómo es posible que un director consolidado en la industria, que maneja presupuestos millonarios y trabaja con los mejores planifique la primera secuencia importante de su película (la presentación de Tom y Daisy Buchanan) de manera tan torpe, montándola sin criterio y consiguiendo que el espectador poco avisado, en pleno mareo, se olvide de los personajes y tan solo se pregunte a cuento de qué en esa habitación no paran de moverse las cortinas.

En la hora siguiente Luhrmann se luce en lo suyo, que es emborracharse de cámara y dibujar con ella vectores imposibles. Ante semejante despliegue de esquizofrenia me atrevo a pensar que este hombre debe escuchar permanentemente en su cabeza El vuelo del moscardón o algo parecido, y confundirlo con las musas de su presunto talento.

Pero se le debe reconocer que, pese a todo, la hora inicial de Gatsby entretiene, por más que el espíritu de la novela esté algo enterrado entre el ruido. Me tranquilizo al recordar que la muy pausada (y lánguida) versión de 1974 con Robert Redford y escrita por todo un Francis Ford Coppola tampoco era gran cosa. Es un hecho, además, que los actores están rematadamente bien, incluyendo a Tobey Maguire, un intérprete totalmente inane en no pocas ocasiones. Paso así por encima de los decorados CGI de pésimo gusto (Gatsby vive en el Neverland de Michael Jackson, básicamente), del corchopán digital ( el ordenador canta más aquí que en mi mesa de trabajo) y del hecho de que Luhrmann haya ambientado las grandiosas fiestas de Gatsby con música de Jay-Z, Fergie, Florence & The Machine o Beyoncé, y sonrío para mis adentros cuando me parece sin embargo que ha acertado de lleno (no sé si involuntariamente) al presentar majestuosamente a su personaje principal con la Rhapsody in blue de Gershwin, curiosamente una de las pocas piezas de la banda sonora contemporáneas a la publicación de la novela.

Pero la película naufraga por completo en su segunda hora, cuando el héroe trágico empeñado en la consecución del sueño americano y el fulgor romántico de la novela de Fitzgerald no aparecen por ninguna parte. Luhrmann tiene entonces un ataque de respeto por el texto original (hasta el punto de sobreimpresionarlo en pantalla para demostrarnos hasta dónde llega -presuntamente- su fidelidad a la fuente), se deshace de sus recursos estilísticos y baja la cámara al suelo, concentrándose en primeros planos de sus personajes. Pero solo demuestra que, puestos a adaptar Gatsby, mejor era seguir haciendo tonterías con la cámara: al enfrentarse al melodrama Luhrmann convierte una de las grandes historias de amor del siglo pasado en un aburrido folletín de sobremesa. Es tan aséptico todo, y el distanciamento con la complejidad moral de la novela es tal que el guion se deja por el camino al personaje de Jordan Baker, convertida aquí en un florero, y no en el único personaje de la novela que juzgaba a Nick Carraway, quien por su parte era el gran juez moral (y con ello desoía a su padre en la célebre frase inicial) de todas las miserias por él contadas en la historia. Luhrmann está sin embargo más empeñado en subrayarnos como sea que Carraway es Fitzgerald, y Fitzgerald es Carraway. O algo así. La película pasa de puntillas por todo, incluido por ese supuesto rapto antisemita que habría sobrevenido a Fitzgerald al dibujar a ese trasunto de Arnold Rothstein que es Meyer Wolfsheim, el gangster socio de Gatsby: la película zanja posibles discusiones del modo más absurdo posible, valiéndose de un actor indio (¿?) para interpretar al judío Wolfsheim.

Los 143 minutos de duración se dejan también por el camino la hermosa evocación final de Carraway de las navidades de su juventud en el Medio Oeste americano, en la que nos recuerda que todos los protagonistas de la historia procedían de allí, y que para todos ellos la ruta hacia el este indicaba el camino de sus sueños. Gatsby solo consiguió llegar a West Egg, donde el faro de East Egg le recordaba a diario que su sueño estaba, casi, al alcance de su mano. Y que más allá de él, en la punta de Long Island, solo estaba el mar. Ese mar en el que había nacido Jay Gatsby a partir de un muchacho pobre llamado James Gatz.

Acerca de Iker Zabala

Iker Zabala, ingeniero de telecomunicaciones, aficionado al cine, la música y la literatura y colaborador de la revista Jot Down. Me puse muy estupendo con los amigos, denostando con mucha suficiencia Twitter y otras "redes sociales" y jurando que jamás me abriría una cuenta ahí. He creado este blog para disimular y vencer el mono.
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