Inside Llewyn Davis (2013), de Joel & Ethan Coen
Inside Llewyn Davis no es la película que nos habían prometido (bueno, ¿quién nos lo había prometido realmente?) sobre la escena folk del Greenwich Village previa a la llegada del terremoto Bob Dylan, pero poco importa. De hecho, y visto lo visto, se da uno cuenta de lo absurdo que era esperar de los hermanos Coen cualquier cosa parecida al fabuloso documental No Direction Home que Scorsese hiciera sobre el tema hace algunos años.
Y es que el terreno de los hermanos no es el de la narrativa lineal, la divulgación histórica o el cuento con principio y final conocidos. Al contrario: ellos construyen películas a partir de un tono, una época, una excusa argumental que en el fondo puede ser hasta irrelevante. Y proceden entonces como las ostras: sitúan esa excusa argumental en el centro de la concha, y se prestan a recubrirla de hermosas capas de nácar tranquilamente, poco a poco y casi sin pretenderlo, hasta obtener la perla. El resultado final es bonito y vistoso, pero ya no nos permite visualizar su centro, su núcleo inicial, su meollo. Lo cual no es necesariamente un problema.
La excusa es aquí un acercamiento, que no pretende ser demasiado riguroso, a ese Greenwich Village de principios de los sesenta. Hay referencias y guiños a Dave Van Ronk, Doc Pomus o al propio Dylan, pero son meras piedras del camino en torno a las cuales crean un bello, agradable y formalmente impecable film circular en torno a nada en concreto. Porque Inside Llewyn Davis es, como Un Tipo Serio, Barton Fink o El hombre que nunca estuvo allí, una de esas películas que los Coen construyen como una serie de meandros en los que ir dejando un detalle aquí, una escena curiosa allá, un personaje pintoresco a mitad del camino y un final que no lo es tanto. Una serie de escenas, que no una historia. Al escribir, parecen no disfrutar tanto de la construcción de un relato como de la concepción de esas escenas individuales. De esos episodios gobernados por un perfil, un diálogo, una anécdota. Aquí entregan una de esas secuencias a John Goodman, esa inmensidad de actor capaz de llenar una película en cinco minutos.
El oficio, ingenio y brillantez de los Coen son innegables, y el resultado es, una vez más, una película majestuosa, impecable y totalmente libre que se sigue como una canción sin estribillo. No hay una idea central que se repita machaconamente, lo que no impide que uno espere ese estribillo que no llega: ¿se nos dice que Llewyn es un perdedor por conservar su integridad y resistirse a ser un trepa, o que el boom del folk que traerá Dylan está a punto de darle una merecida oportunidad? Los Coen niegan el estribillo para que cada uno añada el que mejor se adapte a lo que crea haber visto. Para que cada espectador aporte su visión. Para que la obra pase de uno a otro, y este pase el testigo al siguiente, y este al de después, para que cada uno la reinterprete a su manera. Puro cancionero folk.
Me generó una inmensa sensación de tristeza ver la pelicula. La disfrute mucho.