Londres. En el número 84 de Charing Cross Road un restaurante se erige en el sitio donde un día estuvo Marks & Co, tienda especializada en libros antiguos y de ocasión. Ya no es posible por tanto pasear entre sus estantes, pero por lo menos Marks & Co sobrevive hoy en otro lugar donde se apilan centenares de libros: la imaginación de miles de lectores. Porque en ese espacio de la memoria, al menos para quien esto escribe, ocupa un hueco modesto y entrañable un librito maravilloso que en apenas cien páginas habla, sin pretenderlo, de la amistad, la empatía y la solidaridad como cualidades nacidas a partir de un reverencial amor a la literatura. Su autora, Helene Hanff (fallecida en 1997) intentó durante toda su vida abrirse paso como autora teatral en Manhattan con escasos resultados, logrando apenas labrarse una modesta carrera como guionista televisiva, autora de libros infantiles y colaboradora habitual de diversas revistas de la Gran Manzana. Su único éxito le llegó de la manera más inesperada, casi involuntaria pero totalmente natural, al publicar la divertida y desenvuelta relación epistolar que durante años mantuvo con esa librería de Londres, a la que inundaba de cartas pidiendo antiguas y elegantes ediciones de clásicos de la literatura inglesa totalmente imposibles de encontrar en Nueva York.
84, Charing Cross Road recoge veinte años de correspondencia entre Hanff y el personal de la librería Marks & Co. De entre todos los trabajadores de la tienda Hanff entabló una especial relación con Frank Doel, un monumento de flema británica, eficiente, cortés y totalmente distante en las primeras cartas, pero cuya grave coraza de solemnidad y alta educación poco tardó en romperse ante la pizpireta, gamberra y sarcástica Hanff, que no desaprovechaba ni una epístola para utilizar las diferencias culturales de ambos países en su propio beneficio, valiéndose de ellas para tomar un poco el pelo a sus reservados amigos del otro lado del Atlántico.
La primera carta data de octubre de 1949. Son días de escasez en la capital británica, que todavía se recupera de los estragos de los bombardeos alemanes. Las cartillas de racionamiento están a la orden del día. Hanff, encantada con las maravillosas ediciones de obras selectas de Stevenson, Leigh Hunt o Hazlitt que ha recibido por correo, decide hacer un esfuerzo a pesar de su apuradísima situación económica (malvive en un cochambroso apartamento de soltera en Manhattan) y comienza a enviar comida por correo a sus nuevos amigos. Ello basta para romper el caparazón de todo el personal de la librería, que a partir de entonces se abre totalmente a esa extravagante neoyorquina cuyas hilarantes cartas, tan alejadas de las formales convenciones londinenses, revelan a alguien casi venido de otro planeta. Nacen entonces veinte años de pasión literaria y conversaciones mantenidas exclusivamente por correo, en los que el vínculo de Hanff con «su» Frank, como le gusta llamarlo de manera afectuosamente burlona, se hace siempre más estrecho.
Esos veinte años desfilan nítidamente durante la lectura del libro, por más que este -sabiamente- eluda toda introducción, notas al pie o texto escrito más allá de esa relación epistolar: 84, Charing Cross Road contiene exclusivamente una lista de cartas reales, lo cual es una excelente noticia. Parte del hechizo del libro se basa en que casi nunca se habla abiertamente de sentimientos, pero estos se descubren fácilmente entre líneas de conversaciones aparentemente banales y espontáneas sobre cómo hacer un pudding o la coronación de Isabel II, diálogos que probablemente no hallarían sitio en una obra con pretensiones. Porque esas cartas, cuyo encanto se basa precisamente en que nunca se concibieron para ser publicadas, nos bastan para recrear el espacio vital de sus autores: uno casi puede representarse nítidamente la salita del modesto apartamento de Hanff y sus estanterías repletas de elegantes ediciones de clásicos de la literatura inglesa, cuyo gusto y refinamiento contrastan con la cochambrosa y reducida estancia. Podemos imaginarla encerrada en esa habitación durante las largas noches de invierno, al calor de una improvisada estufa, relamiéndose con los últimos ejemplares recibidos por correo de sus venerados Shakespeare y John Donne. Y también a Frank Doel llegando puntual al trabajo por la mañana, severo, sobrio y reservado, disimulando (mal) su entusiasmo al descubrir que ha llegado una nueva carta de su extravagante amiga de allende mares y corriendo a casa por la tarde para mostrársela a su familia. Porque Doel estaba casado, y de hecho su esposa e hijas también entablaron relación con la divertida escritora americana. Hanff, por su parte, fue soltera toda su vida, y uno casi intuye que en algún momento decidió dedicar toda su atención y cariño a sus libros.
84, Charing Cross Road también contiene algunas de las cartas que Hanff intercambió con amigas americanas que viajaron por turismo a Londres:
Querida Katherine:
Interrumpo la tarea de limpiar mis estanterías y me siento en la alfombra, rodeada de libros por todas partes, para escribirte unas palabras y desearos un buen viaje. Espero que tú y Brian lo paséis muy bien en Londres. El otro día me preguntó por teléfono: «¿Vendrías con nosotros si tuvieras dinero para el viaje?», y a mí casi se me saltaron las lágrimas.
Sin embargo… no sé…, tal vez sea mejor que nunca haya estado allí. Soñé tanto con ello y durante tantísimos años… Solía ir a ver películas inglesas sólo para familiarizarme con las calles. Recuerdo que años atrás un chico al que conocía me dijo que las personas que viajaban a Inglaterra encontraban exactamente lo que buscaban. Yo le dije que buscaría la Inglaterra de la literatura inglesa, y él asintió y me dijo: «Está allí.»
Helene Hanff, 11 de abril de 1969
Y es que en los veinte años que duró su correspondencia con Marks & Co, las circunstancias económicas y laborales, unidas a una extravagante y casi «alleniana» aversión a salir de Nueva York, obligaron a Hanff a aparcar contínuamente el gran sueño de su vida, que era viajar a la ciudad que más reverenciaba en el mundo para, según sus propias palabras, «sentir sus aceras bajo mis pies, subir a Berkeley Square y bajar a Winpole Street, entrar en San Pablo, donde rezaba John Donne, ver el lugar donde una vez estuvo el Teatro del Globo de Shakespeare y sentarme en la piedra en la que se sentó Isabel cuando renunció a entrar en la Torre». Cosas tan importantes para ella, aunque casi nunca lo diga tan abiertamente y con ese entusiasmo, como conocer por fin al personal de la librería, con Frank Doel al frente.
En el libro en permanente construcción que es 84, Charing Cross Road leemos en la última carta (fechada en 1969) el consentimiento de la parte inglesa para que Hanff publique los veinte años de correspondencia privada. El libro se convertiría en un gran éxito, sobre todo en Inglaterra (existe incluso una versión cinematográfica con Anne Bancroft y Anthony Hopkins en los papeles principales). La excelente acogida permitiría a Hanff viajar por fin a la capital británica en 1971, invitada por la editorial para publicitar su obra. Por desgracia llegó demasiado tarde: su librería preferida ya no estaba allí. Pero sí halló, extasiada, la Inglaterra de la literatura inglesa.
Los cuarenta días que Hanff pasó en Londres están documentados en la encantadora secuela de 84, Charing Cross Road: The Duchess of Bloomsbury Street (1973), incomprensiblemente inédita en España. Se trata de un delicioso diario de viaje en el que Hanff describe uno por uno sus días en la ciudad. Agasajada continuamente por sus diversos anfitriones y tratada como una reina (de ahí el título) el diario muestra más aspectos del curioso carácter de Hanff, sus torpes e hilarantes maneras de turista inexperta, el divertido choque cultural con los londinenses y su sincero entusiasmo, casi infantil, ante la perspectiva de visitar Oxford, Stratford o su querida catedral de San Pablo.
El pasado verano, volviendo de Londres por París, adquirí 84, Charing Cross Road y The Duchess of Bloomsbury Street en inglés, juntas en un solo volumen por apenas diez euros. Lo compré en «Shakespeare and Company», la célebre librería parisina ubicada a apenas unos metros de la catedral de Notre Dame y heredera de aquella de la calle Odéon que en los años veinte acogió a los autores americanos de la Generación Perdida. Era una noche bulliciosa y sudorosa en el Barrio Latino, con sus decenas de camareros que invitaban a los paseantes a entrar en los restaurantes, sus vendedores ambulantes, sus desganados músicos callejeros y sus miles de turistas, muchos de los cuales daban cuenta de kebabs, coca colas y patatas fritas soportando el calor como podían, repantingados en las gradas instaladas frente a la catedral. Podría decorar la escena contando que me refugié en la paz y el ambiente bohemio de la librería, pero pecaría de romántico. Y de falso: Shakespeare and Company es una referencia turística más de la capital francesa y, pese a lo tarde de la hora (cierra a las once de la noche en verano) estaba repleta de clientes que soportaban un calor aún mayor que el de la calle, y que pugnaban continuamente por un sitio bajo uno de los muchos improvisados ventiladores del local para poder ojear sus libros con calma.
Pero de alguna manera un respetuoso silencio se imponía en la librería. Un músico negro rasgaba una guitarra melancólica en la placita ante la entrada. Un cliente tocaba plácidamente el piano en el diminuto piso superior. Se caminaba con dificultad por el local, pero sorprendentemente el ambiente invitaba a quedarse, a pesar de los sudores. Eché una hora larga entre sus estanterías, y me llevé varios libros. Incluso algo me sigue empujando, aún hoy, a conservar la bolsa. De recuerdo. Shakespeare and Company y otras librerías con encanto: refugios para el ciudadano aquejado del Síndrome Melancólico del Lector Occidental en la Era de Amazon.
Shakespeare and Company y 84, Charing Cross Road son rescoldos de un mundo que se extingue, el de las librerías de ocasión y las relaciones por correspondencia con sus intervalos y silencios de días y semanas sin saber del otro, conociendo siquiera cuatro detalles de su vida y pudiendo apenas imaginarla al carecer del acceso constante que Whatsapp y Twitter ofrecen hoy a la insignificante rutina nuestra y de los demás. Marks & Co ya no existe. Helene Hanff y Frank Doel fallecieron hace años. Pero sobreviven en las páginas. Y en los eBooks. La persona por la que supe de la existencia de 84, Charing Cross Road también falleció, pero de alguna manera sobrevive en este artículo, en este insignificante pedacito de la Red. Porque perduran los textos, en un formato u otro. Conviene por tanto no dramatizar demasiado. Y conservar el hábito de la lectura. Y apreciar más que nunca las librerías que resisten. Para que se conserven en su encanto. Como las catedrales.
Qué maravilloso artículo!!! Refleja todo lo que siento por esas cartas escritas con tanto cariño entre sus letras