¿Recuerdan cuando de niños apuraban un petit-suisse o cualquiera que fuese su postre preferido? Esas últimas cucharadas que escarbaban con ansia los relieves internos del yogur nunca igualaban a la primera, inaugural, magnífica inmersión en la crema, pero poco importaba, ahí no se desechaba nada: uno nunca sabía cuándo tendría la oportunidad de catar ese manjar de nuevo, así que más valía disfrutar de su pálido reflejo, por si acaso. Los allenianos llevamos varios años acercándonos a la obra del maestro como un niño que se termina un petit-suisse, contentándonos con las escasas últimas cucharadas, las Conocerás al hombre de tus sueños, Magia a la luz de la Luna o Irrational Man y ansiando un buen cucharón, un Desmontando a Harry o unos Delitos y faltas que no acaban de llegar. Muchos pusimos el grito en el cielo tras las más duras pruebas (Vicky Cristina Barcelona, To Rome with Love) pero volvimos invariablemente a la cita anual, haciendo realidad el chiste inicial de Annie Hall, ese de las dos señoras que se quejan de la calidad de una comida de un restaurante: «Sí, y las raciones son tan pequeñas…». La filmografía del maestro (que ya repasamos aquí) devuelve últimamente obras en las que uno ya no se descubre rememorando gags memorables a la salida del cine, sino escogiendo sus razones para explicar la decepción. ¿Indiferencia del director? ¿Falta de pretensiones? ¿Desgana? Y preguntándose, como justificando la experiencia, si no habrá algo de sabiduría en el desapego por las cosas mundanas (empezando por su carrera) que Woody Allen transmite en esas películas llenas de ratos en los que pone el piloto automático, o resuelve la historia deprisa y corriendo en uno de esos giros decepcionantes de guion en los que uno se lo imagina en casa, sentado ante la máquina de escribir finiquitando a todo correr los últimos renglones antes de que empiece el béisbol en la tele. Quien siga esperando que el cineasta vuelva a reinventarse y a revolucionar la comedia con brochazos de ingenio y cine nuevo debería, quizá, empezar a seguir a sus herederos y renovadores, con gente como Louis C. K. a la cabeza. Hace tiempo que Allen no está a los experimentos formales, a los desnudos frontales, a los Zelig, Maridos y mujeres o Desmontando a Harry. Y pese a todo Café Society, su última película, ha sido para quien esto escribe una grata sorpresa.
Iker Zabala
(Madrid, 1981). Ingeniero de telecomunicaciones y colaborador de Jot Down y Letras Libres. Asomaré la cabeza por aquí de vez en cuando para dar algún pronóstico u opinión de escasa base científica. Generalmente de cine, literatura, música y alguna cosa más. Incluso de la conveniencia de prever seis semanas más de invierno.
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