«Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura. Mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura». La cita es de San Juan de la Cruz, pero bien lo podría haber dicho Newland Archer (Daniel Day-Lewis) en la maravillosa La edad de la inocencia, uno los muchos Scorseses superlativos y algo olvidados que sorprendentemente hay que rescatar y reivindicar de vez en cuando. Porque hay filmografías tan sublimes que permiten al público dejar de lado, a ratos, alguna obra maestra, y tratar verdaderos alimentos para el alma como La edad de la inocencia como si fueran un molesto trozo de carne que se queda entre los dientes, de esos que la gente se quita con un palillo.
«Mi vida es cine y religión, nada más». La cita no puede ser de San Juan de la Cruz, claro, pero es de Martin Scorsese, que también. No lo sé con exactitud, pero a lo mejor la dejó caer en un renuncio, pese a lo cual es muy socorrida para los críticos y para establecer el perímetro en artículos como este. Por lo visto, él no se siente muy cómodo con ella. «Siempre suprimen la primera parte de la cita», ha dicho alguna vez. No sé cuál es la primera parte, aunque aventuro, no con mucho fundamento, pero, bueno, y qué, que algo tiene que ver con el amor. Porque la asociación mental inmediata de buena parte del público cuando oye «¡Scorsese!» es la imagen de Joe Pesci perforando cuellos con estilográficas, y bien está, pero es que el tipo es un romántico de mucho cuidado, y La edad de la inocencia, una película sobre lo que hay de exquisito en los desengaños amorosos, es buena prueba.
Establezcamos el perímetro, por tanto: amor, cine y religión.