Dario Argento y John Carpenter: qué buenos ratos pasamos

“Una vez que eliminas lo imposible, lo que te queda, por muy improbable que sea, solo puede ser la verdad”. Arthur Conan Doyle puso varias veces esta máxima del oficio de investigador en boca de Sherlock Holmes, y Dario Argento ha hecho lo propio con los detectives de sus películas, porque lo que vale para el Támesis vale para el Tíber, y porque hay en esa cita algo de manual de estilo de la aproximación a las historias por parte del maestro del giallo. El mejor Argento, el que va de 1970 a 1985, es divertido, entrañable y entretenido a rabiar porque obvia toda verosimilitud haciendo que nada sea imposible en sus historias, y por muy improbable que resulte ya se encarga el celuloide de convertirlo en verdad. Véase Cuatro moscas sobre terciopelo gris (1971), cosa improbable desde el título que trata de un tipo perseguido por un asesino en serie cuya identidad se descubre de un modo perfectamente natural: mirando la retina de su última víctima, en la que ha quedado impreso (¿y por qué no?) el encuadre de su último vistazo a la vida. En Cuatro moscas, por si fuera poco, sale Bud Spencer. Y sale porque sí, porque su personaje no es fundamental para la trama, pero antes de levantar la ceja piense: ¿qué puede tener de malo una película en la que de repente y sin venir a cuento aparece Bud Spencer? No solo eso: en Cuatro moscas Bud vive con un loro, porque sí, y el loro se llama Fanculo, o Vaffanculo. ¿Por qué? De nuevo: porque sí. Acéptelo: una vez que entra en la sala y apaga el móvil, la pantalla blanca y la luz del proyector dictan sus normas, sus leyes físicas, sus preceptos y sus principios. Si usted, como Groucho, tiene otros, saque el puro si quiere, pero fúmeselo fuera.

Al principio de Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976), cosa memorable de John Carpenter, un teniente de policía afroamericano entra en la oficina del título. Una secretaria le ofrece un café, y mientras se lo prepara le pregunta “¿Solo?” (Black?), a lo que el policía, con media sonrisa, responde: “Desde que nací”. De nuevo: en el reino del celuloide y de la diversión, cuando esta es verdadera (y aquí lo es) un chiste malo cuela siempre, donde sea, y si no le gustan estos regalos gratuitos espere, porque minutos después entra en escena el antihéroe de la función: un convicto de una penitenciaría de Los Ángeles con el hastío de un Bogart y la fatalidad inherente de un Dean, pero con el sentido de la justicia de un Wayne. No se llama Humphrey, ni James, ni John. Se llama Wilson. Bueno, no: se llama Napoleón Wilson. Porque sí.

Enlace al artículo completo.

Publicado originalmente en el número 23 de la edición impresa de Jot Down: “Especial Underground”.

Acerca de Iker Zabala

Iker Zabala, ingeniero de telecomunicaciones, aficionado al cine, la música y la literatura y colaborador de la revista Jot Down. Me puse muy estupendo con los amigos, denostando con mucha suficiencia Twitter y otras "redes sociales" y jurando que jamás me abriría una cuenta ahí. He creado este blog para disimular y vencer el mono.
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