
Italia celebra estas semanas el centenario de Alberto Sordi con gran despliegue en prensa, radio y televisión, un acto en el ayuntamiento de su Roma natal y hasta un comunicado institucional del Presidente de la República. Varias cadenas han recuperado algunas de sus más de ciento cincuenta películas como actor y una decena larga como director. La vigencia de Sordi, fallecido en 2003, se explica por el hecho de que a un historiador o a un sociólogo del futuro podría bastarle acercarse a su larga nómina de personajes para definir el carácter y las vicisitudes del hombre italiano del siglo XX. Los fastos del centenario llegan apenas unos meses después de los que tuvo Federico Fellini, pero si bien estos tuvieron trato pormenorizado en medios españoles, de Sordi apenas llega uno de esos ecos apagados que solo anuncian la proximidad del olvido definitivo. En España sus películas sufren ese curioso fenómeno por el que comedias de gran éxito popular se convierten con los años en pasto casi exclusivo de cinéfilos acérrimos y de la crítica especializada. Pero incluso esta última ha dejado de reivindicar alguna película suya que lo emparenta con lo mejor del cine español. Piénsese en El poder de la Mafia (Mafioso, 1962) de Alberto Lattuada, en la que Sordi interpreta a un sufrido ciudadano de clase media encerrado en un laberinto laboral kafkiano que lo lleva a ejercer de ejecutor de la mafia a su pesar. La película viene a ser El verdugo un año antes de El verdugo, y la coincidencia no es casual. Junto a Age & Scarpelli firman el guion Marco Ferreri y un tal “Raphael Atzcona”, como figura literalmente en los créditos en lo que parece ser un chiste totalmente voluntario del maestro logroñés.