
Cuando en 1941 Carson McCullers publicó Reflejos en un ojo dorado, una historia de homosexualidad, adulterio y voyeurismo en una base militar estadounidense, la reacción escandalizada de lectores y crítica pasó por encima de la calidad de la novela, que es de un refinamiento exquisito. We are who we are es una serie que también transcurre en una base militar estadounidense. En ella hay matrimonios homosexuales, adolescentes transgénero, despertares sexuales gays y lésbicos, relaciones abiertas y hasta sexo en grupo. El riesgo hoy no es un escándalo inconcebible, sino que algunos la ventilen perezosamente con la etiqueta “cine LGTBI+” y ya, como en el chiste de Woody Allen: “leí Guerra y paz en veinte minutos, habla de Rusia”. O peor aún, que lo hagan interesadamente, delimitando su público objetivo a los límites de los “colectivos” interpelados en la serie y pretendiendo que nadie de más allá pueda disfrutarla sin pagar su cuota de apropiación cultural. Práctica esta muy propia de quienes no ven tanto individuos como entes ideológicos clasificados en grupos preestablecidos y ajustados homogéneamente a una agenda, digamos, progresista. La misma serie rebate estas manías contemporáneas: en ella hay familias negras que votan a Trump y lesbianas que mandan soldados a matar y morir en Afganistán, por ejemplo.