Mi lección preferida sobre el noble oficio del periodismo está en las primeras páginas de las memorias de Indro Montanelli. El maestro italiano recuerda sus primeras experiencias en la profesión y cómo siendo muy joven salió de la Italia de Mussolini para trabajar como aprendiz de la United Press en Nueva York:
En United Press tenía vigencia un solo mandamiento: «Escribe de manera que te entienda el lechero de Ohio». Me inscribí en un curso nocturno de periodismo. Los artículos no eran juzgados solo por los profesores, sino también por un auditorio de personas corrientes. En cierta ocasión, uno de los asistentes me hizo públicamente una objeción que me pareció desprovista de fundamento. «Usted no ha entendido…», empecé. El otro dio un puñetazo en la mesa y, rojo de ira, chilló: «¡Si yo no he entendido significa que el imbécil es usted!». Aquel día yo, que venía de la Italia engreída y autoritaria del fascismo, comprendí que había topado con la democracia.
Es una lección poderosa, sin duda, pero que no prevé lo que debe hacer el periodista si el lechero de Ohio no cumple con su parte del contrato. Es decir, si este solo quiere leer carnaza, basura e idioteces. O, dicho en términos actuales, si solo atiende a clickbaits, a ideas endebles pero reafirmadoras de prejuicios que caben en un tuit y a vídeos varios de animales (o personas) haciendo cosas de animales.
Publicado originalmente en el número 26 de la edición impresa de Jot Down: “Mensajes”.
